domingo, 26 de febrero de 2012

La habitación del escritor



No hay mejor incienso para celebrar el sacrificio del nuevo día que el humo del primer café de la mañana. Lo pienso mientras me fijo en ti. Me acabo de sentar en un taburete alto para beber mi café solo y sin azúcar, que apoyo en esta jirafa metálica de tres patas que me sirve de mesa. Tú estás sentada de espaldas en una mesita baja justo delante de mí, ajena a todo lo que te rodea, y eso reviste tus actos de una pureza sensual irresistible. Lees un periódico y tienes en tu mesa un café manchado a medio beber. Cada pelo de tu melena se precipita hacia tu espalda en una caída libre con total inocencia, como adolescentes recientes que se bañaran desnudas sin pudor. Observo las dos interrogaciones de cartílago de tus orejas y los columpios mínimos de los pendientes, que de vez en cuando se balancean como impulsados por niños invisibles y delicados. Adivino tu espalda bajo esa chaqueta de cuadros ingleses entallada, la imagino como un triángulo invertido de piel tersa donde acaba de caer el rocío de tus lunares, la marisma inmensa donde pastarían mis dedos salvajes. Me fijo en tus pies apresados en altas torres de cuero y tacón, uno apoyado en el suelo como una esfinge en honor al fetichismo, el otro oscilante en la altura como un trapecista distraído. Tienes las piernas cruzadas aunque solo puedo verlas en parte. Es delicioso lamerte con la mirada sin que lo sepas, casi obsceno olisquearte con mis ojos. Sigues abstraída siendo tan tú que no necesito ver tu cara, tus movimientos pausados hablan de ti mejor que tu voz por ser espontáneos, naturales y sin artificios, sin esperar nada de nadie. Tu cuello no está condicionado por nada, por eso se muestra con la seguridad de un templo escondido en lo profundo de la selva y jamás profanado. Tus caderas dibujan en el aire dos paréntesis que te encierran en un silencio que contrasta con el bullicio de la cafetería. Veo volar a ratos las cometas de tus manos cuando pasas la página del diario o te apartas el pelo de la cara recogiéndolo tras tu oreja como el telón de un gran teatro. Reconstruyo tus labios a partir de la huella de sus suelas de carmín que has dejado impresas en el borde de la taza del café. Veo rascarte la nuca como si sintieras el picoteo de los pájaros negros de mis ojos sobre ti. Es el momento de abandonar este placer de mirarte sin saberte mirada porque los milagros tienen fecha de caducidad y no pueden ser manoseados por mucho tiempo..........








Vía : La olivetti mellada
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